miércoles, 7 de septiembre de 2016

Relatos Tradicionales de Honduras

La Sucia


La gente abrió las puertas y José pasó como alma que lleva el diablo hasta perderse en la oscuridad. Lo encontraron con la mirada perdida...


La Ciguanabana es una mujer que sale casi desvestida a la orilla del río. También se le conoce con el nombre de la Sucia en todo el país. Esta mujer ha enloquecido durante muchos años a miles de hombres y especialmente a los enamorados. Hay quien afirma que la Sucia le salió columpiándose en unos bejucos en lo más espeso de la montaña o que la vieron corriendo en medio de una milpa. No toda la gente la conoce como Ciguanaba o la Sucia. También la llaman la Cegua en algunos pueblos del norte del país, como Trujillo, La Ceiba, Puerto Lempira y Omoa.

La gente que vive a la orilla del mar asegura que la Cegua se pasea por las playas en las noches de luna en busca de algún enamorado. La Cegua, decía el Negro Güity, es una mujer de cuerpo bellísimo, caderas cimbreantes como palo de coco. Su pelo negro, liso y largo brilla mucho... La vi una vez, señor Montenegro. Ahí por donde ve esas champas pasó la Cegua. Me entró un miedo que hasta me oriné en los pantalones. Viera qué jodida me llevé. Por suerte no le vi la cara porque ahí nomás me cago.

Las ánimas es un pueblo pintoresco en la jurisdicción de Danlí, departamento de El Paraíso.
Por el sitio donde está, da la impresión de que quien le puso ese nombre sabía lo que estaba diciendo. Hace muchos años, la carretera era angosta y peligrosa, a tal grado que quienes viajaban por la zona decían que les parecía estar bajando al mismísimo infierno. José García, vecino de Tegucigalpa, se dedicaba a la venta de pañuelos, perfumes, ganchos, prendedores, toallas, cobijas y otros artículos. Recorría todos los pueblos del país para ganarse la vida de esa forma.

Le informaron que en Las ánimas había mucha gente que podía comprar sus productos y, sin pensarlo dos veces, se subió en una baronesa, el único medio de transporte en aquellos tiempos, con la esperanza de hacer buenos negocios en aquel lugar. A la mitad del camino se había arrepentido de hacer el viaje. Llevaba el estómago revuelto por los grandes saltos de la baronesa. Con tanto polvo que cubría su cuerpo, parecía ratón de panadería.

Al fin llegaron a Las ánimas. La gente corrió a encontrar a los pasajeros reclamando los encargos y José comprendió que no había por qué arrepentirse de haber viajado a Las ánimas.
Consiguió alojamiento con facilidad y al llegar la tarde anduvo vendiendo de casa en casa. Estaba a punto de terminar la mercadería cuando se le ocurrió tocar la puerta de una casa.
Salió a abrirle una muchacha de 18 años que le causó una tremenda impresión: inolvidable, jamás en su vida había visto a una mujer tan bella. La joven lo hizo pasar adelante sin dejar de regalarle su bella sonrisa. José se puso tartamudo cuando comenzó a mostrarle parte de la mercadería que le había quedado.

Disculpe mi to… tor… peza… este… digo… yo… pues… ¿cómo se llama usted? La bella joven, sin perder su agradable sonrisa, contestó: Me llamo Amparo, y usted ¿cómo se llama? José le dio su nombre y después de aquella presentación quedó perdidamente enamorado de Amparo. Le regaló un perfume, una toalla y unos aretes, se despidió nerviosamente y le prometió que regresaría la siguiente semana con mejores artículos.

Al despedirse, ella le apretó coquetonamente la mano diciéndole adiós. Inmediatamente, el vendedor pensó: “Si no me la consigo es que soy papo”. Llegó la noche y José se dedicó a recorrer las calles amplias de aquel pueblo llamado Las ánimas. En una esquina entabló conversación con unos jóvenes que hablaban de mujeres.

José les contó algunas de sus experiencias amorosas, dejando con la boca abierta a sus interlocutores. “Usted sí es un hombre de mundo por lo que nos cuenta. Díganos, ¿cuesta mucho conseguir a una mujer en la ciudad?. José, como un experimentado galán, respondió: A veces. Lo esencial es tener verbo, saber hablar. Ya me ven aquí medio feo, pero les aseguro que he conseguido más mujeres que los hombres guapos.

Pero ustedes son dejados porque hoy conocí a una muchacha que se llama Amparo, que vive allá, en aquella casa. Mmm... qué mujer más linda y nadie se la tira.

Los muchachos se rieron. Es que es una creída. No tarda en salir a dar una vuelta sólo para picarnos. Es pícara, coqueta, pero como nadie se atreve a hablarle. Con aquellas palabras, José pensó que si ella salía tendría la oportunidad de decirle lo que ya sentía su corazón.

Se despidió del grupo y cautelosamente buscó las sombras. Se paró en una esquina esperando que Amparo saliera. No tuvo que esperar mucho. En ese momento la joven pasó cerca de él con su hermoso pelo extendido. José no se pudo contener y al caminar detrás de ella le gritó: ¡Amparo, Amparito! No camine tan rápido. Sshhhh. Espéreme. Salieron del pueblo y José no se dio cuenta. Le interesaba más que la mujer lo esperara que averiguar si estaban o no en las últimas casas. Ella se desvió a la derecha, seguida por su enamorado. José corrió hasta darle alcance y agarrándola del pelo exclamó: “¡Es mucha papada la suya, Amparito, con los hombres no se juega!

Al hacer que ella se diera la vuelta, casi se desmaya del susto. No era Amparito, como él creía. Era una mujer horrible con el pecho descubierto. El espanto lanzó una terrible carcajada que resonó en las montañas, haciendo huir a los animales nocturnos “¿Quieres una mujer? Aquí estoy, desgraciado, toma tu teta… toma tu teta que soy tu nana, ja, ja, ja, ja, ja. José, al verse perseguido por la monstruosa mujer, lanzó un grito aterrador que fue escuchado por todos los habitantes de Las ánimas.

La gente abrió las puertas y José pasó como alma que lleva el diablo hasta perderse en la oscuridad. Lo encontraron con la mirada perdida. Un doctor en Danlí lo asistió. No cabe la menor duda de que le salió la Sucia, como ha sucedido con otros enamorados. 







                                                                             El Cadejo









Vení temprano le decía Juan a su padre que por sus largas borracheras no paraba en su casa ni de día, ni de noche. A lo cual contestaba este "hijo de Dios en mi casa cuídame tu a mi familia, madre que te engendró y padre respeto por Dios quiero yo".
Aburrido de estas palabras que a diario escuchaba, decidió darle un escarmiento, consiguió un cuero negro, varias cadenas de perro y se escondió a su espera.
Como siempre y de madrugada apareció su padre con tremenda borrachera, aprovechó Juan y poniéndose el cuero y sonando las cadenas quiso darle una lección.
"Por asustarme y contradecirme "cadejos" quedarás y a todos los borrachos del mundo en sus necesidades ayudarás".



Espeluznante y fantástico animal que la gente supersticiosa lo señala como un enorme perro, de ojos encendidos, de pelo muy largo y enmarañado, que desde tempranas horas de la noche salía a asustar a las personas, en especial a los que andaban en malos pasos o niños desobedientes, o a espantar caballos, gallinas y hacer otras diabluras más.
Según algunos vecinos del pueblo, era lo más tétrico y pavoroso que le podía haber sucedido a los que hubieran tenido ia mala suerte de ver a la más terrible de todas esas maléficas criaturas: el "Cadejos". Al perro negro y encantado que aparecía y desaparecía como obra de magia, arrastrando enormes e invisibles cadena? que se oían pero que no se veían, rechinando largos y puntiagudos colmillos y lanzando fuego por la boca, ojos y orejas. Las personas que tuvieron la mala suerte de verlo solían decir que era el verdadero Lucifer personificado en forma de perro.
Se cuenta también de que muchos hombres y muy valientes que se aventuraron a andar a deshoras de la noche, por las calles solitarias de San Juan del Murciélago de antaño, en más de una ocasión regresaron a sus casas "jadeando" de la carrera que les pegó el "espanto del Cadejos", con la vista casi torcida al revés, y además, todos "mojados" y "untados" por haber visto al maléfico perro negro.
Según los relatos que dan consistencia a la leyenda del Cadejos, este horrible perro negro es el resultado de una maldición. Transportándonos al pasado, veamos qué fue lo que sucedió:
Era una humilde familia; el marido solía con frecuencia emborracharse en las cantinas y, llegando a deshoras de la noche a su casa, hacía un escándalo tremendo. Sacaba la cruceta y amenazaba de muerte a todo aquel que se atreviera a ponerle la mano encima. Otras veces le pegaba salvajemente a su mujer por motivos realmente insignificantes. El hijo mayor de la familia decidió un día darle un buen susto cuando éste regresaba de sus andanzas nocturnas.
Se consiguió un cuero peludo y, cuando fue ya tarde de la noche, se dirigió hacia un punto oscuro y solitario del camino, por el cual tenía que pasar su padre de regreso a casa.
Y de veras, cuando distinguió la sombra del hombre que se acercaba, se puso el cuero peludo, luego avanzó de cuatro patas al encuentro de su padre, convertido en horrendo animal de ultratumba.
El resultado fue óptimo para el muchacho, pues su papá, al ver aquella aterradora aparición, casi le da un ataque del susto y corrió tan rápido alejándose de aquel lugar que parecía que los tantos años vividos ya no le pesaran.
La estremecedora aparición continuó saliendole al encuentro en el mismo paraje, cada vez que su papá regresaba de sus correrías nocturnas. Pero, a pesar de todos estos sustos, no lo hacía abandonar su mala conducta y mucho menos el vicio del licor.
Un buen día se le agotó la paciencia al hombre y dominado el miedo que aquella espeluznante aparición le producía, levantó la cruceta para disponerse a hacer un picadillo a cuchilladas al espanto, pero cuando ya iba a asestar el primer golpe mortal, escuchó !a voz de su hijo que muy temeroso le gritaba que todo había sido una broma, que lo perdonara y que no lo matara.
El padre, al constatar que aquel hijo lo había hecho objeto de burla y de tan horrenda broma, profirió una maldición al muchacho: "De cuatro patas andarás toda la vida". La maldición se cumplió y aquel hijo se convirtió en perro grande y negro, que la noche más oscura no lo es tanto con su negrura.
Esa fue la maldición por haber asustado a su padre: pasaría él a ser el Cadejos, para horror de la gente: ese perro de apariencia pavorosa, capaz de erizarle el pelo al más pintado.
Nunca se ha sabido que este espanto haya atacado a nadie. Al contrario, muchos supersticiosos aseguran que más bien suele acompañar a los solitarios caminantes para defenderlos del peligro. Aunque la tradición advierte, sin embargo , que si alguien intenta golpear a este perro en tinieblas, éste aumentará de tamaño, ligero se enfurecerá y el atrevido corre seno peligro de una agresión.

¿Será cierto o no la anterior versión?
Le será fácil a aquel que quisiera averiguarlo. Todo es encontrarse con el Cadejos, en las calles oscuras de San Juan del Murciélago.

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